En el libro Fútbol a sol y sombra (1995) , Eduardo Galeano dice que por culpa de la mercantilización del fútbol, los equipos solo juegan por el resultado, y que sus jugadores se ven por presionados por obtener éxitos que generen ciertos ingresos económicos. Siguiendo a Galeano, el fútbol estaría pasando por un proceso de transformación, por una evolución, o tal vez involución.
El fútbol nació en el Reino Unido y rápidamente fue expandiéndose en sus colonias en la época de dominio imperialista hacia fines del siglo XIX, hasta casi llegar a todo el mundo. Al pasar el tiempo evidentemente tomó una gran importancia para la sociedad, las personas gustaban de practicar y observar el deporte.
En el siglo XX, y más puntualmente a partir de la instalación de la lógica liberal, con el consiguiente desgranamiento del Estado, hizo penetrar al mercado en todos esos lugares y funciones que el Estado había renunciado. El fútbol fue fagocitado por los mercados de valores y transformado en una mercancía global.
La mayor muestra de fuerza que han desplegado los protagonistas de la globalización se ha reflejado en el debilitamiento del poder de los Estados Nacionales, quizás el coloso más imponente que la modernidad nos ha legado. De ser quien dictaba, disponía y obligaba, pasó a ser un mero ente administrador de los residuos que se desprenden de los mercados globales; deja de ser gestor para solamente administrar las consecuencias plurales de los macro mercados y los macro estados (Lewkowicz, 2004: 26).
La introducción del mercado en el fútbol provocó una revolución global, todo lo que se consideraba propio pasaba a ser compartido por el mundo. Esa identidad o nacionalismo se rompe y la función “social” y cultural ya no corre por cuenta de los estados sino por las organizaciones multinacionales que no conocen de límites territoriales.
Siguiendo esta línea, el fútbol dejó de ser “productor” de identidades y de relaciones comunitarias para pasar a ser un “producto” que se vende y se incita a consumir sin otro fin que el de recaudar (Finucci, 2011).
En Argentina, antes de los años 1970, el fútbol, además de ser un deporte de socialización barrial, y construir distintos lazos, principalmente entre los varones, también fue un deporte a partir del cual el estado-nación argentino buscó construir un imaginario común. Se lo tomó como una estrategia para unificar diferentes idiosincrasias de una población cada vez más heterogénea.
Durante el transcurso del siglo XX, Argentina no estuvo ajena o aislada del proceso de mercantilización global de un deporte central para la construcción de su identidad nacional.
En este contexto, ha crecido y se ha profesionalizado e institucionalizado también lo relativo al entrenamiento juvenil.
Con respecto a las instituciones que conforman al fútbol juvenil son construidas de manera nacional y mundial. Los miembros y sus clubes, que son parte, tienen una gran responsabilidad respecto al desarrollo. Su propósito es crear una filosofía de formación adaptada a las características de cada país. Con la finalidad de apoyarlas en esta importante “empresa”, la FIFA ha elaborado un programa de desarrollo dedicado especialmente al fútbol juvenil. (FIFA 2016: 6)
Estas instituciones las vamos a clasificar como instituciones de “fútbol elite” y “fútbol aficionado”. Si bien son estructuras similares, el fútbol elite se encarga de “formar” jugadores para el fútbol profesional. Por otro lado, el fútbol aficionado abarca todo aquel que sea recreativo, donde el resultado no es el enfoque principal.
Ambos tienen los mismos sujetos, quizá en el profesional, podremos observar una mayor densidad con el “objetivo” tener varias miradas y ahí obtener su propósito. Sin embargo, el propósito del fútbol aficionado no precisa de una multitud. Los dos coinciden en cinco sujetos:
1- Jugadores.
2- Directores Técnicos.
3- Preparador Físico.
4- Coordinador General.
5- Padres o familiares de los jugadores.
El fútbol puede ser un trabajo para algunos y un pasatiempo para otros. No se debe confundir un concepto con el otro. Cada uno es una realidad distinta regida por sus propias reglas. Los sueños de los niños y niñas valen más que un pase de millones de dólares.